viernes, 10 de diciembre de 2010

Crónica de la inauguración del Teatro Bicentenario


Daniela Romero
Todos aplaudían, de pie, emocionados, sonrientes. Cinco minutos de aplausos para recompensar a la orquesta, a su director, a los músicos, a los cantantes. Cinco minutos de aplausos para celebrar la inauguración del Teatro Bicentenario y toda la vida para recordar una noche histórica.

Hasta hace unos meses, esto era sólo una obra en construcción, ajena a cualquiera, hasta extraña en su diseño. Originalmente se llamaría Teatro de la Ópera y lo tendrían que haber acabado años atrás. Era la pieza que faltaba para concluir el proyecto completo del Fórum Cultural que agrupa una biblioteca, un museo de historia y una escuela de artes.

Cuando Vicente Fox era Presidente de México y Juan Carlos Romero Hicks el Gobernador del Estado, se anunció la construcción de este teatro, diseñado por el arquitecto yucateco Augusto Quijano. La primera piedra se puso hasta el 2007 y se anunció que costaría 483 millones de pesos. La idea era concluirlo en septiembre de 2008.

En realidad, el nuevo teatro tardó tres años en construirse y la cuenta final fue mayor: 560 millones de pesos. Y como se inauguró en el año del Bicentenario, hasta de nombre cambió.

Como fuera, llegó su gran día, o mejor dicho, su gran noche. Para su estreno se dispuso un concierto a cargo de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato.

El programa, basado en la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven, incluía la participación de un coro (de la Orquesta Sinfónica del Estado de México) y cuatro cantantes: una soprano (Violeta Dávalos), un tenor (José Luis Duval), una mezzosoprano (Carla López-Speziale) y un barítono (Benito Navarro). Todos ellos bajo la batuta de Enrique Bátiz. Un repertorio de lujo para cualquier amante de la música clásica.

La invitación al evento pedía estricta puntualidad. La mayoría de los poco más de mil 500 invitados llegaron a tiempo. A la hora que comenzó el concierto quedaron unas 100 butacas solitarias. Toda la vida tendrán para arrepentirse los que faltaron, porque fue una noche mágica.

Majestuoso, luminoso, radiante, el Teatro Bicentenario esperaba a sus invitados. Era imposible no detenerse a admirar el edificio. Muchos se tomaban la foto del recuerdo antes de pasar por la alfombra azul que conducía a la puerta principal.

El personal contratado para recibir a la gente era amable y sutil para indicar el lugar de cada quien. Hasta su actitud era elegante.

El teatro, que tiene forma de herradura, se divide en cuatro niveles. Entre la última butaca del piso más alto y el escenario no hay más de 35 metros. Desde cualquier sitio se ve y escucha perfectamente. El escenario se adapta a diferentes tipos de eventos: conferencias, obras de teatro, recitales de ópera y todo tipo de conciertos.

La acústica, principal virtud del foro, es impecable y según se explicó, cuenta con los recursos más modernos e innovadores del mundo. El Teatro Bicentenario es un teatro de primera categoría. Simple y sencillamente no se construyó uno así en todo el país en los últimos 100 años.

Animada y elegantemente vestida, la gente iba tomando sus lugares. Era notoria la emoción y la alegría por estar ahí. Entre los asistentes había empresarios, políticos, funcionarios, estudiantes, periodistas, científicos, historiadores, religiosos, amas de casa. Un ex Presidente de la República (Fox) y un ex Gobernador (Romero Hicks). Mucha gente mayor, unos cuantos jóvenes.

Para matar el tiempo de espera, todos hojeaban el programa que era obsequiado al entrar; algunos hacían llamadas para presumir dónde estaban y otros tantos tomaban fotos con su teléfono. Ya dentro de la sala principal los saludos eran de lejitos y las conversaciones en voz baja. Nadie quería perderse ni un detalle del evento.

Entre los asistentes había expertos y neófitos en materia musical. Unos presumían haber ido a mil conciertos; para otros era su primera vez.

El evento se había programado para iniciar a las 7:30 de la noche, pero fue hasta las 7:52 que se dio la primera llamada, cinco minutos después la segunda y a las 8 con dos minutos se entonó el Himno Nacional. Fue un momento emocionante. Luego vinieron los discursos.

Habló el Alcalde Ricardo Sheffield, el Vocal Ejecutivo del Fórum Cultural Guanajuato, Juan Antonio García, el Coordinador de los festejos del Bicentenario y Centenario (y representante del Presidente Felipe Calderón) Juan Manuel Villalpando y el Gobernador de Estado, Juan Manuel Oliva.
Este último tuvo el detalle de mencionar al principal impulsor del Teatro Bicentenario (y del propio Fórum Cultural), el empresario zapatero Roberto Plasencia. La concurrencia le ovacionó con cariño. Fueron dos minutos de aplausos para el también ex alcalde leonés.

A las 8:40 de la noche la orquesta comenzó a tocar la obertura “Fidelio” y enseguida  vinieron los movimientos correspondientes a la Novena Sinfonía, pero la gente esperaba el número estelar: la interpretación de la “Oda a la Alegría”.

Al final la gente aplaudía sincera, feliz. Vino después el brindis en la terraza del teatro, los juegos pirotécnicos iluminando la noche y mil pláticas cruzadas, revueltas, los saludos y las despedidas de los invitados, emocionados de ser parte de un hecho histórico.

Cuando salían, los asistentes volteaban a ver orgullosos el Teatro Bicentenario. “Yo fui a la inauguración”, contarán todos el resto de su vida.

martes, 23 de noviembre de 2010

Adiós al Comonfort


Adiós al Comonfort 
Daniela Romero

La decisión había sido tomada: el mercado Comonfort sería demolido. Y con él, las antiguas oficinas del PRI. Una hora antes de la medianoche del jueves 11 de noviembre empezaron a trabajar en ello. Era el simbólico adiós a una historia de 50 años. En los mosaicos de la fachada se leía que el edificio se inauguró en la administración de 1958-1960.

Lo único que se le olvidó al entonces Alcalde fue darle las escrituras a los del PRI. Entonces nadie soñaba con que el partido dejara el poder. Pasarían casi tres décadas antes de que hubiera un Presidente municipal de otro partido. Y otros 20 años para que dejaran estas oficinas. Un incendio aceleró todo.

Esa noche la calle Comonfort se cerró al tráfico y elementos de la Policía municipal custodiaban el lugar; sin hablar salvo lo esencial, personal contratado por las autoridades –vestidos con chalecos naranja y casco de protección- sacaba de las ex oficinas del PRI muebles viejos, computadoras, documentos quemados, tablones, cajas con basura y hasta un cuadro de Francisco Madero. Todo era subido en camiones para luego depositarlo en una bodega del bulevar Morelos.

Dentro del vetusto edificio todavía olía a quemado, la mayoría de las paredes estaban negras; los muebles que quedaban era ya muy viejos, signos de otros tiempos mejores. En la oficina del presidente del PRI se sentía más claro el vacío: era el espacio más grande y mejor ubicado, prácticamente el único con vista a la calle. Esa noche no quedaba dentro ni un clip.

En algunas puertas del pasillo principal quedaba escrito en una hoja blanca el nombre de cada líder priísta al que pertenecía cada oficina; al fondo del edificio había un hoyo que se había hecho de un piso al otro después del incendio ocurrido hace ya casi un año.

Poco a poco se fue sacando todo hasta dejar vacío el lugar. Ahí adentro, silencioso, se encontraba el notario Sergio Cano dando fe al proceso. Su papá fue Alcalde en los años setenta, cuando todavía gobernaba el PRI a la ciudad.

Poco después de la media noche llegaron juntos la Secretaria del Ayuntamiento Mayra Enríquez y el líder municipal del PRI, Luis Gerardo Gutiérrez. Juntos recorrieron brevemente el lugar. Actuaban como si hubieran venido a un funeral. En cierto sentido, lo era. Mejor dicho, un entierro postergado. No el del PRI, sino de su antigua casa, la que por cierto, nadie lloró esa noche.


miércoles, 8 de septiembre de 2010

El mejor juego de mi vida

Yo entré al mundo de la gimnasia a escondidas.

Una hermana de mi mamá me llevó un día a la Deportiva del Estado para recoger a mis primas que ya practicaban gimnasia olímpica. Tenía yo 8 años y nunca había practicado este deporte. Por curiosidad, me metí de improviso a la clase.

La instructora le comentó a mi tía que yo tenía habilidades. Yo me dí cuenta también. Lo único que quería era regresar. Pero mis papás no me dejaban porque no podían llevarme; entonces resolví irme a escondidas con mi tía y primas, que entonces eran mis vecinas de departamento. Así fue como entré al mundo de la gimnasia.

Después de 6 meses ya estaba compitiendo. Aún recuerdo con emoción el primer día que gané mi primera medalla de oro; mis papás estaban muy contentos y aún más, sorprendidos, porque hasta entonces no sabían que yo era gimnasta.

Después de esa competencia me invitaron a formar parte del equipo de la Deportiva junto con mis primas. Al principio las compañeras más grandes no nos trataban bien por que éramos las “chiquitas” y mucha de la atención de las maestras era para nosotras.

Poco a poco fuimos creciendo y aprendiendo.

Todo el día dábamos marometas, en el súper, en el patio de la casa, en la oficina de papá y en la escuela ni se diga.

Cuando llevábamos unos 3 años en la Deportiva, mis papás y mis tíos les ayudaron a nuestro profesores a poner su propio gimnasio y así fue como nació el Club Rumania.

Ahí estuve como unos 3 años más; fui elegida para asistir a mi primera competencia a nivel nacional en la Cuidad de México, pero un día antes del torneo me esguincé un dedo. Fui fuerte, ignoré el dolor y decidí no abandonar la competencia pues mi sueño era llegar ahí.

Después de esa competencia me di cuenta que no sólo me gustaba la gimnasia por sí misma; entendí que también me fascinaba competir. A la par asumí que para competir a un nivel verdadero me hacia falta más rigor, disciplina y entrega.

Lo que comenzó como un juego se convirtió en mi motivación y reto más importante durante mi niñez y adolescencia.